No recuerdo mucho, no.
Sin embargo,
viene a mi mente
su silueta
en un trasfondo nocturno,
apenas si decorado
por el destello de un fogón
perdido y mal alimentado.
Música de fondo.
Como siempre,
música de fondo:
alta,
despreocupada,
adictiva.
Como ella.
Sí,
como ella.
Tiene alas
pero no están ancladas en su espalda.
Están atadas a sus caderas
que se mueven
y arrastran
a los ojos y a las almas.
Cascabeles de cristal
invisibles
mueven sus dedos
mientras siguen esas manos blancas
el bamboleo
de sus curvas desvergonzadas.
Y de las ondas
de su pelo,
siempre negro
como la noche que ama,
van cayendo las trampas
que le traerán
su próximo amanecer.
Su cabeza sigue
el serpenteo fatal,
aunque tiene vida,
ritmo propio.
Guarda descuidada
la última de las armas.
El mentón se levanta luminoso
y se descubre
la mirada de la gorgona
que paraliza, que detiene
que hace del mundo el resto del mundo,
que seduce casi enamorando
sin que le importe nada,
nadie.
Nadie.
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